Volvemos tras la pausa del primer mes encerrados.
La cuarentena en Harlem baila a una melodía irregular. El trece de marzo nos atrincheramos en este tercer piso de Harlem, tras dos días despidiéndonos de Nueva York más o menos bien. Antes del encierro, paseamos por Chinatown, tomamos dumplings en el Nom Wah Parlor, y, por primera vez, compramos doradas, lubinas y calamares frescos en una pescadería del barrio—había que acumular provisiones. En el metro de vuelta a casa ya quedaba poca gente, y después no te sé decir, ya que no hemos vuelto a salir de Harlem.
Nuestro barrio, que nunca fue muy silencioso, se ha amansado con la pandemia. Por las mañanas, algunos pájaros—quizá gorriones—trinan a trompicones desde los plátanos desnudos que adornan la calle 143 de Manhattan. Por las tardes, suenan las ambulancias que rondan la ciudad recogiendo enfermos y rescatando infectados. Algunas se atascan en Broadway, pero sortean a los dos o tres coches que todavía circulan por nuestro barrio. A las siete, toca el aplauso, los vítores y los pitidos, que, como el toque de queda, nos avisan de que se acabó el día; porque a esa hora en cuarentena no hay mucho que hacer—series, comida, lectura y repetir.
Y al ritmo de gorriones, ambulancias y el aplauso pasan los días en Harlem, interrumpidos una vez a la semana por un coche mal aparcado después de las siete. Mis vecinos aprovechan al desgraciado del coche para desfogar—insultos, bocinas y una señora mayor desgañitándose para que alguien le escuche.
Una hora más tarde vuelve la calma y, al día siguiente, volvemos a empezar.
De qué se habla en la calle: oficinas
Próximas tendencias: el boom de las finanzas en los 80, elecciones americanas 2020 (polarización, los never Trumpers y los problemas de Biden), la revolución sexual de los 50 al sida. Se aceptan sugerencias (¡al email!).
Desde mediados del siglo XX, las oficinas han cambiado de salas estilo Mad Men a espacios como tu casa (teletrabajo). Aunque cada transformación ha intentado que el trabajo sea más flexible, menos jerárquico y más nuestro, las medidas se implementaron solo porque abarataban costes.
En los 50, los despachos de ejecutivos rodeaban una sala común, en la que trabajaba el resto de empleados. Aunque la idea venía de un edificio del arquitecto Frank Lloyd Wright, las copias eran baratas y malas. Hacía falta un cambio. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el avance de la industrialización y la incorporación de la mujer al trabajo, había más gente en el sector servicios, es decir, había que repensar las oficinas.
Así que en 1964, el diseñador Robert Propst presentó la Action Office, un espacio privado y flexible que acabó siendo el cubículo. A la vez, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos aprobó nuevas medidas para depreciar activos en las hojas de balance. ¿El resultado? De cara a impuestos, era más barato comprar cubículos que poner paredes. En los 80 y 90, las compañías abarrotaron sus oficinas con esas barras de cartón o plástico para meter a más gente en la misma sala. Pero a la vez las empresas se lanzaron a adquisiciones, fusiones y despidos. (Los 80 es la década de las compras hostiles y el boom de las finanzas en Wall Street, hasta que acabó en los 90). Los cubículos ya no daban privacidad, sino que representaban inestabilidad. Con cada despido o fusión, se quitaban o añadían esas tres paredes.
En los 2000 llegaron las open offices, para reducir la diferencia entre ejecutivos y empleados. El concepto surgió en Alemania a finales de los 50 para romper jerarquías y fomentar la colaboración. Y se popularizó años después porque abarataba costes (y la gente odiaba el cubículo).
Ahora parece que esa tendencia es imparable: el teletrabajo y los tech campuses eliminan la diferencia entre empleo y hogar y, muchas veces, entre empleado y empleador. Por un lado, las tecnológicas ofrecen espacios diseñados para que nunca te vayas. Hay salas comunes, sofás, cafeterías, puestos de café, té y snacks, sillas de masajes y gimnasios. Por otro, el teletrabajo difumina la línea entre empleo y ocio porque todo ocurre en el mismo espacio. Nos da más flexibilidad, pero a un precio—no desconectamos.
Desde que empezó la cuarentena, muchos estamos teletrabajando porque es lo único que se puede hacer. Pero no me extrañaría que muchas empresas lo mantengan cuando deje de ser obligatorio: es más barato que alquilar oficinas. Según cambian los espacios, también se transforma nuestra idea de qué es trabajar y qué es ocio, con la obsesión millennial de que todo lo que hacemos tiene que ser ‘rentable’ (la desaparición del hobby).
Puedes ver este vídeo de Vox (6 minutos) explicando los cambios en espacios de oficina.
Qué se comenta en la redacción
La poeta y escritora Maya Angelou publicó su primera autobiografía, I Know Why the Caged Bird Sings, en 1969. Su amigo James Baldwin, uno de los escritores y ensayistas negros más famosos del siglo XX, convenció a Angelou de que escribiera una autobiografía que también fuera una obra literaria. Y ella lo hizo. En I Know Why the Caged Bird Sings, Angelou recoge su infancia y adolescencia entre Arkansas, Missouri y California, el racismo de los años 30 (el dentista blanco se niega a mirarle la dentadura diciendo que “no trata” con negros) y una violación que le deja cicatrices para toda la vida.
No solo nos da una ventana a los años 30 y 40, sino que también está genial escrito. A Angelou le insultan, le violan, le atacan, le desprecian, no le dejan trabajar por su color de piel; y mientras ella lee, aprende, estudia y lucha por su propia libertad.
Angelou, que participó en el movimiento por los derechos civiles en los 60 con Martin Luther King, Malcom X y James Baldwin, escribe: “The Black female is assaulted in her tender years by all those common forces of nature at the same time that she is caught in the tripartite crossfire of masculine prejudice, white illogical hate and Black lack of power. The fact that the adult American Negro female emerges a formidable character is often met with amazement, distaste and even belligerence. It is seldom accepted as an inevitable outcome of the struggle won by survivors and deserves respect if not enthusiastic acceptance.”
Para leer a gusto
1. Este reportaje de Andrew Marantz, Marzo 2020, sobre Brad Parscale, el director de la campaña electoral de Trump 2020. También dirigió la estrategia en redes sociales (Facebook) para Trump en 2016.*
““We have turned the R.N.C. into one of the largest data-gathering operations in United States history,” he said. He was referring to the Republican National Committee, which has raised two hundred and sixty-three million dollars for the 2020 elections. (The Democratic National Committee has raised just over a hundred million.) As Parscale explained, the Trump campaign has been operating more or less full time since 2016, continually improving its “technology and data operations.” During this period, the campaign and the R.N.C. have essentially merged, sharing staff, voter data, and other resources. The Democrats do not yet have a nominee for President, and some of their systems for acquiring and sharing data are considered outdated by comparison. “You cannot just build an app, or build out data, in the few months you have from the Convention,” Parscale said. “The Democrats will have that problem this time. As they all interfight, we are building for our future.” Two years ago, Parscale was named the manager of Trump’s 2020 campaign.”
*Si te interesan las elecciones en EEUU, léelo ya.
2. Este relato del mexicano Juan Rulfo, 1951.
“Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. […]
[…] Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.”
3. Este poema del uruguayo Mario Benedetti, 1974.
“Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte
tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte
tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte
o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.”
Perdón por mi ausencia durante el primer mes de cuarentena, no sé a vosotros pero a mí me cuesta concentrarme. Si queréis leer más, mandadme un email (carmenarroyonieto@gmail.com) y os envío reportajes, ensayos, cuentos y poemas.
Otros libros que leí este mes, por si os sobra el tiempo: Una educación de Tara Westover (memoir), Al faro de Virginia Woolf (novela), La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han (ensayo).
Muchísimo ánimo con la cuarentena.
Un beso,
Carmen
Imágenes de @miri_arroyo