Aunque me mudé a Harlem en 2017, no conocí a Miranda hasta 2019. Ella, que vive en el cuarto piso de mi edificio, pasaba desapercibida con sus ropas oscuras, su metro cincuenta de altura y su sonrisa cansada. (Desapercibida a mis ojos, que buscaban novedades, colores y cualquier objeto alejado de lo cotidiano).
Miranda, dominicana y cincuentona, conoce a la mitad de nuestro edificio—los caribeños—y saluda a la otra mitad—un puñado de estudiantes de la universidad de Columbia. En verano, Miranda se sienta fuera del portal y echa la tarde con sus amigos del edificio entre canciones de salsa con ritmos reguetoneros. Pero en invierno, cuando el edificio se repliega en los apartamentos, Miranda sigue saliendo a la calle a fumarse un cigarro y vigilar a los transeúntes.
Un lunes por la tarde, el transeúnte soy yo, así que Miranda me abre la puerta del portal, me pregunta cómo ha ido el día y me acompaña hacia el ascensor. Entre los 6 minutos de espera y los 30 segundos de subida, nos quejamos del trabajo, del frío y de que se ha vuelto a romper una tubería del edificio (“ay, señor, ay, señor”). Ella habla poco de su vida, mientras que yo aprovecho cualquier oído dispuesto a escuchar. Le cuento de mis compañeras, de mi familia y de España, y ella me sonríe, arrugando las comisuras de los ojos.
Desde entonces, Miranda y yo cuidamos nuestro encuentro semanal, adornado con sus sonrisas y salpicado con mis exageraciones. Los lunes (a veces los martes) me abre la puerta y subimos juntas en el ascensor, comentando los últimos avances de Abel—nuestro superintendente—con las tuberías. Yo siempre tengo ganas de más, deseando pertenecer a su vida, quedándome a las puertas. Nos vemos cada semana pero nuestra relación es un baile lento, repetido, de costumbres. Por eso, cuando el domingo nos encontramos en la calle, me veo cruzando ese umbral.
Yo, con mis bolsas de ropa sucia, salgo a la lavandería. “Ahora vuelvo,” le grito para asegurarme de su presencia. Ella fuma y sonríe; yo vuelo por Broadway hacia la 145. Coloco la ropa, pongo el detergente, meto las monedas de 25 centavos y corro de vuelta a nuestro edificio. Pero Miranda ya no está. Y yo sigo sin cruzar el umbral.
Mientras subo por las escaleras, caigo en la cuenta de que hay relaciones que no necesitan cambios, ni umbrales, ni avances. Están bien como son—con sus saludos y conversaciones de ascensor, con las sonrisas y las quejas ordinarias, con las rutinas que no llevan a nada pero alegran el día. El lunes me encontraré a Miranda y ejecutaremos los mismos pasos, con más cariño, pero sin adentrarnos ni alejarnos demasiado. Son esas relaciones las que dan contexto a nuestras vidas, porque muchas veces lo desapercibido importa más que lo novedoso.
De qué se habla en la calle: Irlanda del Norte
A partir de ahora intentaré resumir tendencias—promotores y detractores—, no tan pegadas a la actualidad. Si tenéis sugerencias, contestadme al email.
Aunque el conflicto de Irlanda del Norte comenzó a principios del siglo XX, todavía no ha acabado. El Brexit y el triunfo de Sinn Fein—partido político que surgió del IRA (Irish Republican Army)—en las elecciones irlandesas han vuelto a poner la reunificación irlandesa en los titulares.
Cuando en 1922 Irlanda se independizó del Reino Unido, los seis condados del norte decidieron quedarse con la corona inglesa, formando Irlanda del Norte. Los condados tenían una mayoría protestante, los unionistas, frente a una discriminada minoría católica, que soñaba con la reunificación con el resto de la isla. La tensión entre los dos grupos llevó al nacimiento de varios grupos armados, entre ellos el IRA, pro-reunificación, y el UVF (Ulster Volunteer Force), pro-unión con el Reino Unido.
A principios de los 60, los grupos católicos usaron protestas pacíficas para defender sus derechos civiles (inspirados en Martin Luther King). Pero cuando las manifestaciones fracasaron y desembocaron en violencia, algunos tomaron las armas formando el nuevo IRA (‘the Provos’). Y así en 1969 comenzó la peor época de violencia: “The Troubles”. Irlanda del Norte se convirtió en zona guerra, con barricadas dividiendo barrios católicos y protestantes, y el ejército británico combatiendo el IRA. En 1972 murieron 500 civiles; 3.500 durante “The Troubles” entre 1969 y 1998. (La población total en Irlanda del Norte era un millón y medio).
El conflicto se recrudeció en los 70, cuando en 1976 Reino Unido eliminó la categoría de “prisionero de guerra”—los miembros del IRA pasaron a considerarse criminales. Varios integrantes encarcelados del IRA hicieron huelga de hambre para obligar a Margaret Thatcher, primera ministra, a que les diera categoría especial. Pero fracasaron—murieron diez. El primero fue Bobby Sands en 1981, que había sido elegido como miembro del Parlamento Británico desde la cárcel.
A raíz de las muertes, el conflicto logró cobertura mediática y el brazo político del IRA, el partido Sinn Fein, se hizo mainstream. Gerry Adams, antiguo miembro del IRA (pese a que él lo niega), lideró el partido, trabajando en las negociaciones de paz que culminaron con el Good Friday Agreement en 1998. El acuerdo incluía la posible reunificación con Irlanda: si un primer ministro británico considera que existe una mayoría en Irlanda del Norte que favorece la reunificación debe convocar un referéndum.
Ahora ese referendum puede ser una realidad. ¿Por qué?
El Brexit hace peligrar de nuevo a Irlanda del Norte, donde el 56% votó a favor de quedarse en la Unión Europea. Si los seis condados se unen al resto de la isla, podrían permanecer en la UE.
Cuando se formó Irlanda del Norte en 1922, había el doble de protestantes que católicos. Pero el año que viene, el número de católicos superará al de protestantes.
Sinn Fein, el partido izquierdista que nació con el IRA, ha roto el bipartidismo en la República de Irlanda (donde también tiene representación). En las elecciones del 8 de febrero, el partido ganó el mayor número de representantes.
La soñada reunificación—que llevó a una guerra civil en la segunda mitad del siglo XX—parece más cerca que nunca.
Para más contexto, lee Say Nothing. A true story of murder and memory in Northern Ireland, del periodista del New Yorker Patrick Radden Keefe. También puedes leer estos dos artículos del Economist (Irish unification is becoming likelier y Brexit and Sinn Fein’s success boost talk of Irish unification).
Qué se comenta en la redacción
En 1958, Chinua Achebe publicó Things fall apart y puso la literatura africana en el mapa. Achebe, nacido en un pueblo Igbo de Nigeria, estudió literatura inglesa y vivió entre su país de origen y Estados Unidos hasta su muerte en 2013. En Things Fall Apart, Achebe cuenta la historia de Okonkwo, el “hombre fuerte” de una aldea Igbo en Nigeria, y la llegada del hombre blanco al país a finales del siglo XIX.
Okonkwo se esfuerza desde niño en evitar la suerte de su padre (pobre, endeudado y sin títulos tribales) y lo consigue. Como adulto, cuenta con tres mujeres, grandes plantaciones y varios hijos. En su aldea, Umofia, la tribu va por delante del individuo, los dioses determinan el rumbo de la vida, y el respeto se gana por la fuerza. Pero por un error a Okonkwo le destierran. Cuando vuelve a Umofia siete años más tarde, Okonkwo sigue igual pero su aldea ha cambiado: el hombre blanco se ha establecido en la región, con su religión, sus costumbres y sus leyes. Y su mundo se ha acabado.
Achebe escribe así: “Okonkwo was deeply grieved. And it was not just a personal grief. He mourned for the slain, which he saw breaking up and falling apart, and he mourned for the warlike men of Umofia, who had so unaccountably become soft like women.”
Para leer a gusto
1. Este perfil de Ian Parker sobre Yuval Noah Harari, el autor del conocido libro Sapiens, Febrero 2020.
“Harari’s vision takes the form of a list. “That’s something I have from students,” he told me. “They like short lists.” His proposition, often repeated, is that humanity faces three primary threats: nuclear war, ecological collapse, and technological disruption. Other issues that politicians commonly talk about—terrorism, migration, inequality, poverty—are lesser worries, if not distractions. In part because there’s little disagreement, at least in a Harari audience, about the seriousness of the nuclear and climate threats, and about how to respond to them, Harari highlights the technological one. Last September, while appearing onstage with Reuven Rivlin, Israel’s President, at an “influencers’ summit” in Tel Aviv, Harari said, in Hebrew, “Think about a situation where somebody in Beijing or San Francisco knows what every citizen in Israel is doing at every moment—all the most intimate details about every mayor, member of the Knesset, and officer in the Army, from the age of zero.” He added, “Those who will control the world in the twenty-first century are those who will control data.” He also said that Homo sapiens would likely disappear, in a tech-driven upgrade.”
2. Este relato de la brasileña Clarice Lispector, 1960. Es BRUTAL.
“Allí en pie estaba, pues, la mujer más pequeña del mundo. Por un instante, en el zumbido del calor, fue como si el francés hubiese, inesperadamente, llegado a la conclusión última. Con certeza, solo por no ser loco, es que su alma no desvarió ni perdió los limites. Sintiendo la necesidad inmediata de orden y de dar nombre a lo que existe, la apellidó Pequeña Flor. […]
En ese domingo, en un departamento, una mujer, al mirar en el diario abierto el retrato de Pequeña Flor, no quiso mirarlo una segunda vez «porque me da aflicción». En otro departamento, una señora sintió tan perversa ternura por la pequeñez de la mujer africana que —siendo mucho mejor prevenir que remediar—, jamás se debería dejar a Pequeña Flor a solas con la ternura de aquella señora. ¡Quién sabe a qué oscuridad de amor puede llegar el cariño! La señora pasó el día perturbada, se diría que poseída de la nostalgia. A propósito, era primavera, una bondad peligrosa rondaba en el aire. En otra casa, una niña de cinco años, viendo el retrato y escuchando los comentarios, quedó espantada. En aquella casa de adultos, esa niña había sido hasta ahora el más pequeño de los seres humanos. Y si eso era fuente de las mejores caricias, era también fuente de este primer miedo al amor tirano. La existencia de Pequeña Flor llevó a la niña a sentir —con una vaguedad que solo años y años después, por motivos bien distintos, habría de concretarse en pensamiento—, en una primera sabiduría, que «la desgracia no tiene límites».”
3. Este poema de la chilena Gabriela Mistral,
“Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria. […]
Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.
Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.
Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.
Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca. […]”
A partir de ahora la newsletter será quincenal ya que, siendo sinceros, semanal no era.
Para cualquier cosa, responded al email.
Disfrutad de la semana,
Carmen
Imágenes de @miri_arroyo