La cafetería Matto—conocida y amada en nuestro apartamento por vender bollería y café a dos dólares—abre todos los días de la semana hasta las 6 de la tarde. Yo voy dos de siete—normalmente los findes—, hablo un rato con los camareros y compro algún dulce rápido de camino al metro.
En enero, Joaquín se unió al equipo. Con coletilla morena, cara ancha y sonrisa cansada, Joaquín sirve capuchinos, lattes y espressos avisando a todos de que el mínimo para pagar con tarjeta son cuatro dólares. Cuando llega mi turno, Joaquín escucha mi acento y me sirve con más entusiasmo. “Ay, de España”, me sonríe. “Que delicia de país. Ahí me quiero ir yo”. En cinco minutos, me cuenta que se mudó a Nueva York de Venezuela hace un par de meses, que aquí hace frío y todo da un poco de asco y que ojalá se pudiera marchar otra vez. Yo asiento—estamos de acuerdo en todo. (Nueva York se derrumba entre basura y ratas, ningún abrigo protege de los -6 grados y España, desde lejos, parece un cálido paraíso). “Si vieras qué lindo era Maracaibo antes, pero ahora ya nada.” Joaquín suspira mientras empaqueta mi napolitana de chocolate y me pide la tarjeta.
Para muchos, Estados Unidos se define todavía por el sueño americano: si trabajas lo suficiente, podrás ser rico. Pero para otros, Nueva York representa deudas, restricciones y mucha, mucha soledad. Joaquín es de los segundos y recuerda con nostalgia las amistades, el cariño y la compañía de Venezuela—algo que asocia también a España. Su prima, dos amigos y algún otro pariente se marcharon a Madrid, y él se reprocha una y otra vez no haber hecho lo mismo. “Algún día me iré a España y abriré mi pastelería”, me promete encantado. Yo escucho y sonrío, sin dejar de pensar en la cantidad de venezolanos—muchos de mi edad o más jóvenes—que ahora trabajan en restaurantes neoyorquinos. La mayoría viven con papeles falsos y títulos universitarios inservibles—algunos eran abogados en Caracas, ahora camareros en Brooklyn—pero sobre todo, muchos están solos. Por eso a Joaquín le gusta pensar que su hogar no ha desaparecido del todo, que algo queda en la península, que en España podrá relanzar su carrera, conocer a gente y vivir mejor. “Aquí es imposible hacer nada”, me dice, soñando con Madrid.
Detrás de mí esperan un par de gringos, así que cojo mis cosas y me hago a un lado. Joaquín me pide que vuelva, que está ahí sábados y domingos, que tenemos mucho de lo que hablar. Yo le prometo hacerlo: es difícil soñar solo.
De qué se habla en la calle: monopolios
A partir de ahora intentaré resumir tendencias—promotores y detractores—, no tan pegadas a la actualidad. Si tenéis sugerencias, contestadme al email.
Las grandes empresas tecnológicas vuelven a dividir a pensadores, inversores y abogados en Estados Unidos en dos campos: los que abogan por romperlas y los que creen en la bondad de los monopolios. No es la primera vez que surge esta discusión. A finales del siglo XIX y principios del XX, unos pocos empresarios en Estados Unidos , como J.P. Morgan, Rockefeller y Carnegie, eran dueños de todo. Poco a poco, fueron creando monopolios en siderurgia (U.S. Steel), petróleo (Standard Oil) y empresas telefónicas (AT&T)—muchas veces con sobornos.
Ante esta situación, se aprobó la primera ley antimonopolio, el Sherman Act, en 1890, pero no se implementó demasiado hasta la llegada de Theodore Roosevelt en 1901. Roosevelt recelaba de los monopolios, no solo por un tema económico (podían controlar precios y limitar la competencia), sino sobre todo porque distorsionaban la democracia (tenían demasiado poder político). Con Roosevelt, el Sherman Act empezó a tener relevancia y varios monopolios de Morgan y Rockefeller se desmembraron (incluido Standard Oil en 1909).
Pasaron los años y las medidas antimonopolio se siguieron implementando en el país, limitando la concentración de empresas, pero en los 50 la interpretación de la ley comenzó a cambiar. En la facultad de derecho de la Universidad de Chicago, un grupo de abogados y pensadores reinterpretaron la ley antimonopolio diciendo que únicamente se podía aplicar si concernía a precios—si afectaba al “bienestar del consumidor”, no a la competición en sí. Y esa idea se mantiene hasta hoy.
El último gran caso de antimonopolio fue la ruptura de AT&T en los 80, ya que las demandas contra Microsoft en los 90 no llegaron a nada. Las ideas de la Chicago School siguen dominando la opinión pública, por eso hoy es difícil lograr consenso para romper a las grandes tecnológicas. Facebook, Amazon, Google dominan sectores completos de la industria, en muchas ocasiones comprando a competidores—Facebook adquirió Instagram y WhatsApp.
Hoy la discusión se divide en dos bandos.
Por un lado, juristas como Tim Wu, profesor en la Universidad de Columbia, abogan por una interpretación amplia de la ley antimonopolio y argumentan que las tecnológicas deberían dividirse—quizá no suban los precios (las redes sociales no se “pagan”), pero perjudican la democracia y la competencia. (Para más info: The curse of bigness. Antitrust in the new gilded age, de Tim Wu).
Por otro lado, inversores en Silicon Valley, como el fundador de Pay Pal Peter Thiel, creen que solo con monopolios es posible la innovación. Con muchos competidores, las empresas solo están luchando por beneficios marginales. El mercado—y el gobierno—tiene que respetar los monopolios, pues son benignos. (Para más info: Zero to one. Notes on startups or how to build the future, de Peter Thiel).
Atentos, porque esta batalla se empezará a librar en el congreso pronto. ¿Alguna opinión?
Qué se comenta en la redacción
El filósofo Byung-Chul Han, nacido en Seúl, se ha convertido en uno de los pensadores más leídos del momento, con bestsellers como La sociedad del cansancio, 2010, y La agonía del eros, 2012.
En La agonía del eros, Han reflexiona sobre el significado del amor y el deseo en la sociedad contemporánea. Nosotros—marcados por el capitalismo, la eficiencia y el triunfo del individuo—nos quedamos en el ‘yo’. Pero al solo mirar nuestra propia satisfacción, somos incapaces de salir hacia el ‘otro’. Para Han, el problema reside ahí—amar y desear siempre tienen un objeto externo, siempre buscan al ‘otro’, al diferente. Pero con nuestra veneración del yo, el amor y el deseo mueren, y nos condenamos al “infierno de lo igual”.
Han escribe: “Dado que el Eros se dirige a ese otro, el capitalismo elimina la alteridad para someterlo todo al consumo, a la exposición como mercancía, por lo que intensifica lo pornográfico, pues no conoce ningún otro uso de la sexualidad. Desaparece así la experiencia erótica. La crisis actual del arte, y también de la literatura, puede atribuirse a esta desaparición del otro, a la agonía del Eros.”
En este ensayo, de poco más de 60 páginas, el autor recoge el pensamiento de Hegel, Foucault, Buber, Illouz y Platón, para diferenciar entre pornografía y erotismo, depresión y amor, libertad y exceso de opciones. “No se alcanza el amor sin otro al lado”, concluye Han.
Para leer a gusto
1. Este reportaje de Paige Williams, Febrero 2020, sobre cómo los gobiernos estatales de EEUU están luchando contra la crisis de opioides.
“A dabbler uses to get high; a person with an addiction uses to stay well. A lapse in consumption triggers withdrawal. The muscles cramp. The skin crawls. The legs spasm, especially at night. The insomnia is crushing. There are drenching sweats, rattling chills. One heroin user, in a 2016 F.B.I. documentary, said that during withdrawal people are “crapping on themselves” and “puking on themselves”; another user said, “You’ll do anything to make it stop.” Withdrawal can lead to life-threatening dehydration, and often causes uncontrollable crying and suicidal thoughts. Jamie told me, “You’re scared to be sick.””
2. Este relato de Roberto Bolaño, 1997. Me lo pasó un amigo hace poco y me encantó.
“Voy a cumplir sesenta años, pero me siento como si tuviera veinticinco, afirmaba al final de la carta o tal vez en la posdata. Al principio me pareció una declaración muy triste, pero cuando la leí por segunda o tercera vez comprendí que era como si me dijera: ¿cuántos años tenes vos, pibe? Mi respuesta, lo recuerdo, fue inmediata. Le dije que tenía veintiocho, tres más que él. Aquella mañana fue como si recuperara si no la felicidad, si la energía, una energía que se parecía mucho al humor, un humor que se parecía mucho a la memoria.”
3. Este poema de Octavio Paz, 1987.
“ […] La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje. […]”
A partir de ahora intentaré escribir sobre tendencias, así que si os interesa un tema en concreto, mandadme un email. Si os parece demasiado largo o tenéis sugerencias de cómo mejorar la newsletter, ya sabéis, contestad a este email.
Ánimo con la semana y un beso,
Carmen
Imágenes de @miri_arroyo