Los domingos de otoño me recuerdan al discman que compartía con mi hermana, sobre todo si tengo resaca moral. Canto a Melendi cuando me despierto y abro un ojo—solo uno—, rastreando las notificaciones del móvil. Pienso en Dani Martín al levantarme, en la Oreja de Van Gogh—la de Amaia—al ajustar la cafetera italiana, y en Romeo Santos cuando me siento en el sofá—teníamos el disco de Aventura, copiado—.
Con 13 años, a mi hermana Miriam le regalaron un discman, pero, como con todo, porque siempre he sido muy rapiña, me lo apropié en cuanto pude. Lo escuchaba en todas partes menos en el cuarto de estar: teníamos un reproductor de música con Mecano y Hombres G. Mis amigas del colegio también se ponían los mismos grupos. Algunas tiraban más al flamenquillo de la Húngara, muy apropiado para nuestra indumentaria bakala pre-adolescente; otras, las más advenedizas, se ponían Extremo y Marea gritando palabras que yo desconocía. Pronto, nos pasaríamos todas a los llantos de Green Day, dispuestas a vestir de negro y a llorar sin cortarnos las venas—emos, pero acojonadas.
Escuchábamos las mismas canciones una y otra vez buscando un significado oculto a la letra, adaptándola a nuestras vidas amorosas—inexistentes—, a las peleas con nuestros padres—abundantes—y a nuestras amistades, que durarían toda la vida. Cada melodía nos decía algo. Con el Broken Dreams de Green Day pensábamos en nuestra soledad, con Salir de Extremo entendíamos la mierda de nuestras rutinas, e incluso con Obsesión de Aventura justificamos nuestros pequeños romances.
Por eso, cuando me siento a tomar el café y Becky G suena en el patio interior, me pregunto cómo se entenderán los adolescentes de hoy. Porque, a mí, Sin pijama no me dice nada.
De qué se habla en la calle
Hace diez días, el presidente de Ecuador Lenín Moreno implementó un plan de austeridad económica, impuesto por el Fondo Monetario Internacional, que eliminaba las subvenciones a los combustibles. El país sudamericano estalló en protestas. Los precios de la gasolina subieron y los ciudadanos—taxistas, camioneros, estudiantes y grupos indígenas—salieron a la calle a protestar por el ahogo económico. Con miedo, Moreno declaró el estado de emergencia y hace unos días movió el gobierno de la capital, Quito, a la ciudad costera de Guayaquil. En Quito, los manifestantes siguen pidiendo cambios mientras la policía patrulla las calles, dejando heridos de los dos bandos y varios muertos.
El problema viene de largo—el predecesor de Moreno, Rafael Correa, dejó un país endeudado hasta las trancas. En este artículo, El País explica quién es quién en la crisis.
Qué se comenta en la redacción
Queda poco para las primarias demócratas en Estados Unidos, así que no paro de pensar en el profesor de Columbia Mark Lilla y su libro “The once and future liberal” sobre identity politics.
En 160 páginas, Lilla, declarado demócrata liberal, argumenta que el partido se está centrando en políticas de identidad sin ofrecer nada al país. Aunque reconocer las diferencias es loable (latinos, mujeres, afro-americanos), dice Lilla, en política el resultado es nefasto. Las identity politics hacen que los votantes se centren en su propio grupo, en las diferencias, centrifugando la fuerza política de la izquierda y perdiendo la causa común.
El libro, que salió a raíz de una polémica columna de Lilla en el New York Times, pide a los demócratas que cautiven al electorado con una única narrativa, recordando que lo que importa es el voto, las leyes y el Congreso: “The only adversary left is ourselves. And we have mastered the art of self-sabotage. At a time when we liberals need to speak in a way that convinces people from very different walks of life, in every part of the country, that they share a common destiny and need to stand together, our rhetoric encourages self-righteous narcissism. At a moment when political consciousness and strategizing need to be developed, we are expending our energies on symbolic drama over identity. […] The frustrating truth is that we have no political vision to offer the nation, and we are thinking and speaking and acting in ways guaranteed to prevent one from emerging.”
Si llevas tres años escuchando las palabras identity politics y sonríes sin saber de qué va, lee este libro (crítico, cortito y sencillito).
Para leer a gusto
1. Este ensayo de James Baldwin, 1962, sobre ser afro-americano en el Harlem de los 50. Baldwin es un genio.
“Negroes in this country—and Negroes do not, strictly or legally speaking, exist in any other—are taught really to despise themselves from the moment their eyes open on the world. This world is white and they are black. White people hold the power, which means that they are superior to blacks (intrinsically, that is: God decreed it so), and the world has innumerable ways of making this difference known and felt and feared. Long before the Negro child perceives this difference, and even longer before he understands it, he has begun to react to it, he has begun to be controlled by it. […] The fear that I heard in my father’s voice, for example, when he realized that I really believed I could do anything a white boy could do, and had every intention of proving it, was not at all like the fear I heard when one of us was ill or had fallen down the stairs or strayed too far from the house. It was another fear, a fear that the child, in challenging the white world’s assumptions, was putting himself in the path of destruction.”
2. Esta leyenda de Guatemala por Miguel Ángel Asturias, 1930. Todo lo que escribe este Premio Nobel guatemalteco merece la pena.
“En aquel apartado rincón del mundo, tierra prometida a una Reina por un Navegante loco, la mano religiosa había construido el más hermoso templo al lado de la divinidades que en cercanas horas fueran testigo de la idolatría del hombre —el pecado más abominable a los ojos de Dios—, y al abrigo de los tiempo de montañas y volcanes detenían con sus inmensas moles. Los religiosos encargados del culto, corderos de corazón de león, por flaqueza humana, sed de conocimientos, vanidad ante un mundo nuevo o solicitud hacia la tradición espiritual que acarreaban navegantes y clérigos, se entregaron al cultivo de las bellas artes y al estudio de las ciencias y la filosofía, descuidando sus obligaciones y deberes a tal punto, que, como se sabrá el Día del juicio, olvidábanse de abrir al templo, después de llamar a misa, y de cerrarlo concluidos los oficios”.
3. Este poema sobre la amistad del modernista cubano José Martí, 1891.
“Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca”.
Disfrutad de las lecturas y hasta la próxima semana.
Carmen
Imágenes de @miri_arroyo